Esta fiesta «es mucho más que salir a beber»
León. La cofradía profana de Nuestro Padre Genarín ya trabaja con celo e ilusión, tras dos años de suspensión por la restricciones sanitarias, en los preparativos de una nueva edición de la multitudinaria procesión pagana conocida como «El entierro de Genarín», que cada Jueves Santo honra la memoria de Genaro Blanco Blanco, un pellejero aficionado a la bebida, a las mujeres y las cartas, convertido con el devenir de los años en ‘santo laico’.
Fue el dentista y poeta Francisco Pérez Herrero (Palencia, 1900-León, 1986) el impulsor de esta cofradía que ha conseguido convertir a Genaro Blanco en uno de los personajes más conocidos y singulares del imaginario colectivo leonés, que en la actualidad da nombre a numerosos productos y al que se han dedicado numerosos libros.
Pérez Herrero vio en Genarín un personaje literario en vida y, desde su trágica muerte, atropellado la noche de Jueves Santo de 1929 por ‘La Bonifacia’, como se había bautizado al primer camión de la basura de León, lo fue modelando como material literario hasta hacer de un pobre pellejero un personaje mítico y una auténtica leyenda.
Él y otros amigos impulsaron cada Jueves Santo un homenaje anual a Genaro Blanco, hasta el año de 1957, cuando se reunieron unas 3.000 personas en torno a este ‘santo laico’ y el entonces obispo de León, Luis Almarcha, solicitó al Gobierno Civil la suspensión de esos actos por atentar contra la moral católica, pero la tradición popular pudo más y la procesión se recuperó en 1974.
A la muerte de Pérez Herrero en 1986, fue Maximino Barthe quien recogió el testigo y ya lleva casi cuatro décadas ocupando el cargo de abad de esta singular cofradía cuyo único cometido es mantener viva la memoria del ilustre pellejero y agrandar su leyenda.
«Después de dos años sin procesión estamos con muchas ganas y esperamos que esta año haya una respuesta importante», ha declarado a Efe Barthe, que considera que el «éxito» de Genarín «está en la diferencia porque es algo insólito que no se parece a nada en una país con tanta tradición de Semana Santa como es España».
También destaca que no le preocupa los recelos que esta celebración provoca en la Iglesia, afirma tajante que la Semana Santa «siempre ha sido una fiesta y es todo uno», y apostilla que para la ciudad de León «son tan imprescindibles las procesiones religiosas como el Genarín o las chapas».
Y agrega: «Convivimos con un respeto mutuo importante , he tenido debates con el presidente de la Junta Mayor de Semana Santa y la relación es buena».
Aunque aún quedan algunos años, el abad de la cofradía avanza que ya están trabajando en los preparativos del centenario de la muerte de Genarín, que se cumple en 2029, y afirma que las expectativas «son muy altas para conmemorar la efeméride como se merece el insigne pellejero».
Dice la tradición que a las diez de la mañana se levantaba y a las once Genarín ya estaba trasegando orujo en la taberna del Tío Perrito, en la plaza del Grano, en la esquina con la entonces llamada calle de Apalpacoños, donde prestaban servicio prostitutas de precios asequibles para, después, continuar su ruta.
El Torreón, Casa Esteban, Casa Frade o Casa Benito, amén del antiguo La Gitana o el recientemente clausurado Valdesogo, son los nombres de las tabernas en las que formaba parte de la nómina de parroquianos Genarín.
Tal era su presencia en la ciudad, que los jóvenes, muchos de ellos mozos que iban a León a hacer la mili, le tenían especial aprecio y le invitaban entre semana a copinas de orujo y después, cuando lo necesitaban, le recordaban los favores para que les facilitara la entrada en los lupanares, lugares en los que Genarín era de sobre conocido.
Para pagarse sus tragos, además de las invitaciones, Genarín comerciaba con pieles de conejo, fue barbero con mal pulso y baratero con lo que obtenía pingües beneficios, además de muñidor de un político apellidado Zapico, a quien promocionaba a viva voz de taberna en taberna.
De esta labor llegó a salir mal parado porque los muñidores no sólo lanzaban loas a su candidato, sino que tenían que ir a los mítines de los otros para tratar de reventarlos y un día le cogieron entre dos o tres mozos y le propinaron una paliza.
En Casa Frade comía alguna sopa y los productos que, a día de hoy, cada Jueves Santo, se suben a lo alto de la muralla como ofrenda en su honor: pan, queso y naranjas, todo ello regado, claro está, con orujo del más barato.
De los bares que frecuentaba solo permanece abierto el ya centenario Casa Benito, en los soportales de la Plaza Mayor, donde se hacía con algunas de las pieles de los conejos que se mataban en el establecimiento para el consumo de los clientes que compraba a buen precio, y con lo que sacaba por ellas iba tirando en una vida de miseria que alcanzaba por aquel entonces a amplias capas de la sociedad española.
La Piconera, situada al lado del primer bar que visitaba Genarín, la Taberna del Tío Perrito, en la plaza del Grano, es ahora el establecimiento que ve, cada año, la salida de la procesión, que algunos hosteleros leoneses van con buenos ojos por las miles de personas que atrae, mientras que otros denuncian y lamentan que con los años se ha ido convirtiendo en un «botellón» masivo.
En este punto tercia Barthe para animar «a todo el mundo» que se sume a la celebración del «Entierro de Genarín» pero respetando la tradición y para hacer un botellón porque esta fiesta «es mucho más que salir a beber». EFE
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